¡La respuesta es SÍ!
Y aunque en principio puede parecer algo complicado, en este artículo veremos como la relación existente entre cognición (pensar), emoción (sentir) y conducta (hacer) es muy poderosa y podemos usarla a nuestro favor.
Si queremos conocer cómo funciona nuestro cerebro y por qué a veces nos sentimos o actuamos de una determinada manera debemos empezar por conocer esta tríada. Cabe destacar que veremos esta relación de una forma simple, dejando de lado las complejidades que subyacen al cerebro y a la propia cognición, emoción y conducta. Existen conductas irracionales, emociones que pueden volverse patológicas dejando de tener una función adaptativa y cogniciones distorsionadas por sesgos, heurísticos o propios fallos de memoria, por ejemplo. Pero de esto hablaremos otro día.
La cognición
Es nuestra capacidad de procesar la información a partir de la percepción y la experiencia. Es decir, nuestra capacidad para percibir el mundo tanto externo como interno. Es importante centrarnos en lo que implica la palabra percepción, ya que cada persona percibe la realidad de una manera diferente (a su manera). Esto nos lleva a que no existe una realidad común para todo el mundo, sino que la forma que tiene cada uno de ver el mundo se construye en su cabeza.
Esta forma en la que pensamos en nuestra vida, en el mundo o en los acontecimientos va a influir en cómo nos sentimos.
La emoción
Las emociones son experiencias subjetivas que se componen de pensamientos, reacciones fisiológicas y conductas asociadas. La alegría se caracteriza por pensamientos alegres, energía y sonreír, por ejemplo.
Las emociones pueden ser primarias o secundarias; las primeras aparecen en la vida de todo ser humano durante su desarrollo independientemente del contexto en el que se haya desarrollado, son innatas. Estas cumplen una función fundamental relacionada con la supervivencia. Ejemplo de emociones primarias serían el miedo o la tristeza. Por otro lado, también existen las emociones secundarias, las cuales tienen una función social y son dependientes de la cultura, son aprendidas. Ejemplos de emociones secundarias serían la vergüenza o la culpa.
Las emociones pueden venir desencadenadas por diferentes estímulos, estímulos externos (por ejemplo un suceso) o estímulos internos (por ejemplo UN PENSAMIENTO).
Entonces, la cognición influye en la emoción.
Como ya dijimos, una emoción lleva asociada una conducta característica. Por ejemplo, cuando nos sentimos tristes lloramos o nuestra cara está apática y por norma general tendemos a reposar, estar en cama, en el sofá… Si estamos alegres sonreímos y damos saltos de alegría, estamos más activos… Creo que esto nos identifica un poco a todos, ¿quién no ha ido a celebrar una buena noticia o se ha quedado en el sofá con la manta y una peli porque era un día “tristón”?
Por tanto, podemos decir que las emociones influyen en nuestra conducta.
Esta relación es la que se conoce como tríada “cognición-emoción-conducta”. Pero lo más interesante de esta relación es que es bidireccional, es decir, la forma en la que actuamos también influirá en cómo nos sentimos y en cómo pensamos. Es por esto que podemos gestionar nuestras emociones y nuestros pensamientos mediante nuestros actos.
Y esto lo hacemos a menudo sin darnos cuenta. Por ejemplo, cuando decidimos quedar para practicar algún tipo de deporte que nos gusta mucho, aunque no sea nuestro mejor día. Practicar tenis (o lo que nos guste) con nuestros amig@s nos produce sensación de bienestar, alegría, y esto afecta a la forma que tenemos de pensar en ese momento. Seguramente nuestro día mejoró un poco. Es decir, nuestra conducta ha afectado a nuestras emociones y estas a nuestros pensamientos.
Y es aquí donde llegamos al punto de partida... sí podemos cambiar nuestros pensamientos mediante nuestras conductas. Es más, ¡podemos modificar nuestro cerebro! Como podemos ver en este otro artículo, el cerebro puede modificarse como consecuencia del esfuerzo consciente y las experiencias. Y nuestros propios pensamientos son capaces de generar la plasticidad cerebral y condicionar nuestro comportamiento y aprendizaje.
Ahora que ya conoces el funcionamiento de la tríada y sabes que puedes modificar tus pensamientos a través de tu conducta y viceversa, ¿por qué no usarlo en tu beneficio?
Por Eva María Rodríguez Vicente, máster en psicología jurídica-forense, intervención social y psicología del trabajo
Muy buen artículo. Es importante saber que no hay desconexión entre mente y cuerpo y que uno influye en el otro de forma bidireccional.
ResponderEliminarSigo o voso bo traballo.
EliminarQue importante é comprender todo isto para vivir de xeito máis saudable e responsabilizarnos do noso benestar!
Que ganas de seguir aprendiendo. Gracias
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